Encabritadas.
trepaban a nuestras espaldas
tres cabritas recién nacidas
y con sus dos garras
nos pellizcaban
mientras reíamos
¡Patas de cabra!
¡Patas de cabra!
Jugábamos a empujar
a las grandes, las madres,
por los cuernos
y ellas nos seguían el juego
amorosamente
hasta que nos cansábamos
y nos sentábamos
en la gruesa rama
de un aguacate
a esperar que cayera la tarde
y el árbol inmenso
de guayabas de leche
dejara de estar caloroso
para arrebatarle sus frutos.
Y las cabras con su balido,
tierno y agudo,
be-ee-eee
nos despedían
a la hora
de regresar
a casa
