De estos parajes
ya conocía el polvo y la piedra:
aquí se me quebraron los párpados resecos
de otear,
y por mis cuencas asomaron las lánguidas ramas
de la hiedra.
De tanto otear, sin embargo,
terminé por albergar estos cuatro espejismos:
el amor,
el tedio,
la enfermedad
y la ira.
Hubo días
en los que bendije la soledad
de este desierto.
Y los hubo en que desquité con su suelo
tristezas atávicas.
Cuando mirabas a lo lejos
sombras,
cuando esquivabas con mirada torva
mis atisbos secretos,
cuando marchitabas la palabra
antes de concretarla en tu boca,
estos parajes se parecían a ti.
Lo mismo que en tu alma, recogí
una mala cosecha
entre el polvo y la piedra,
los cardos y la hiedra de este valle.
En fin,
levantaré siempre en parajes similares
los cuatro palos de mi choza,
golpearé una y otra vez la roca
hasta que sacie mi sed.
Otra cosa no me corresponde, hermanos.
Ninguna
otra
cosa.
Abogado. Magíster en Literatura. Profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad EAFIT. Escritor de poemas, ensayos y otros textos literarios. Aficionado a la astronomía, la filosofía y la aviación.
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Bravo Andrés. Un abrazo.
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